La Catedral de Notre-Dame en Luxemburgo es la catedral de la religión católica de la ciudad del mismo nombre al sur del país. Fue, originalmente, una catedral jesuita, y su base fue construida en 1613.
La Catedral de Notre Dame está considerada como el corazón de la ciudad de Luxemburgo y la iglesia interior es un gran ejemplo de la antigua arquitectura gótica y sin embargo, posee también muchos elementos y adornos de la arquitectura del Renacimiento. A finales del siglo XVIII, este templo histórico recibió la milagrosa imagen de María Consolatrix Afflictorum, la santa patrona de la ciudad y de la nación.
Después, fue bendecida como la Iglesia de Nuestra Señora (esa es la traducción de Notre Dame, nuestra dama) y en 1621 la iglesia fue consagrada por el obispo auxiliar de Tréves, Georg von Helffenstein por lo que se la elevó a rango de Catedral por el Papa Pío IX. Los últimos trabajos de ampliación se realizaron entre 1935 a 1938 que la dejaron como la podemos ver hoy día.
Fue realizada bajo los diseños del padre jesuita Jean du Blocque los que no podían dar más testigo de la belleza que él dibujó en papel y la mano constructora de Ulrich Job que vino desde Lucerna remató el proyecto de forma magistral. Cabe destacar de ella sobretodo la tribuna que fue esculpida magistralmente con un realismo digno de admirarse centímetro a centímetro, obra de Daniel Muller que vino desde Saxe a realizar su gran trabajo. En 1778, la emperatriz María Teresa soberana de los Países Bajos dona la iglesia a la ciudad de Luxemburgo y quizás este fue el motivo por el cual se le llamó en la antigüedad Nuestra Señora María Teresa.
Habituada a los cambios constantes, en 1854 todo el mobiliario barroco fue reemplazado por uno neogótico que venía mejor a los diseños del templo, le daba más profundidad y más intimidad y con el fenómenos de las peregrinaciones se realizaron en pleno siglo XX los trabajos de ampliación que le han dado un aspecto grandioso a la vez que la han dotado de sitio para el gran acontecimiento que tiene lugar entre el tercer y el quinto domingo después de Pascua, fecha ideal para visitar el lugar porque se aúna en un solo acto la visión y admiración por las líneas serias y rectas del templo y la colorista presencia de los peregrinos que no molestan en absoluto al recorrer los mejores rincones de esta mole pétrea, llenándola de calor por los rezos que hacen un fondo perfecto para admirarla aún más.